Por Fernanda Figueroa. La responsabilidad social está cobrando cada vez mayor relevancia en las empresas de los países latinoamericanos, tanto en aquellas de gran envergadura como en las Pyme. Sin embargo, la RSE implica un cambio de mentalidad y la necesidad de revertir ciertas pautas culturales enraizadas en la idiosincrasia de toda una sociedad que ha sufrido los avatares de más de quince años de una crisis económica sin tregua.
Las crisis económicas y sociales en un país que ha tocado fondo, ¿pueden despertar la responsabilidad social empresaria o ciudadana?
Existen indicios de que en Argentina eso puede suceder porque un amplio porcentaje de empresas de mayor escala está despertándose a lo que sería la RSE o Responsabilidad Social Empresaria. En otros países en vías de desarrollo de Latinoamérica ya se perciben evidencias de que las Pyme también se suman a esta tendencia.
Sin embargo, creo que en Argentina llevará todavía un tiempo más prolongado el sacar del letargo en el que se encuentran a las medianas y pequeñas empresas, quienes tardarán un poco más en asumir el compromiso que implica la RSE.
Esto no es de extrañar si se tienen en cuenta los quince años más recientes de la historia económica y política argentina. Todavía está muy enquistado en el pensamiento nacional el “sálvese quién pueda”.
A refrescar la memoria
Cuando en 2001 sobrevino la crisis más fuerte de la historia reciente argentina, las principales instituciones parecieron tocar fondo. El sistema económico estaba exangüe, a la deriva y llevaba varios años de desvaríos que habían generado en la ciudadanía una concepción individualista y egoísta de la microeconomía.
Cuando me acuerdo de mi país en los años previos a la hecatombe me vienen imágenes más que elocuentes de en qué nos habíamos convertido: parecíamos compradores compulsivos, amábamos las cuotas, y las tarjetas de crédito eran como nuestro documento de identidad. Si teníamos una Visa nos sentíamos con confianza y felicidad.
La bacanal que fue la presidencia de Carlos Menem, nos ‘honraba’ con el triste privilegio de una paridad monetaria que nos permitió durante unos años creernos la Cenicienta y disfrutar de los goces hedonistas de una ‘fiesta’ que duró unos pocos años, donde el menú eran la Pizza y el champagne. Pero pronto nos dieron las doce de la noche y con la última campanada nos llegó la noche y nos quedamos en harapos.
Fue tan rápido el desarme del país que cuando abrimos los ojos nos dimos con que no teníamos industria porque había sido reemplazada por la importación, ya no tendríamos trenes porque no eran rentables para el estado – aunque otrora hayan sido los que permitieron el enriquecimiento de la nación uniendo la producción del campo con la demanda de la ciudad-. Parecía que tampoco eran rentables la empresa de telefonía, la del agua, los bancos provinciales, los yacimientos petrolíferos fiscales, la energía, las empresas siderúrgicas y petroquímicas, el correo, los medios de comunicación estatales y todo cuanto nos pertenecía…
Aclarar las ideas
¿Cómo reconstruir entonces un país que había sido partido y vendido pieza por pieza? ¿Cómo devolverle a la ciudadanía común la idea de que un país se construye entre toda la gente aunque haya que hacer pequeños sacrificios?
Hay que recordar que una persona pobre podía acceder a bienes como televisores, DVD, teléfonos móviles y cualquier otra cosa que los planes de cuotas le permitieran comprar. Las mini cuotas mensuales, el “pague $1 por día”, las tarjetas de crédito, le mostraban el espejismo de un pretendido bienestar pero al poco tiempo la realidad les daba cuentas de que sólo se trataba de una ilusión.
Más de cinco años pasaron desde la devaluación y ciudadanía y empresariado tuvieron que hacerse cargo de la parte que les tocaba y reaprender ciertos hábitos. Sobrevino una fuerte crisis económica que profundizó la pobreza: en la actualidad el 23 por ciento de los hogares son pobres y casi un 10 por ciento es indigente. La brecha que existe entre lo que vale la canasta familiar en un hogar pobre y lo que en ese hogar ingresa se encuentra entre el 40 y el 50 por ciento. Diez provincias argentinas tienen un 20 por ciento de su población padeciendo necesidades básicas insatisfechas.
Esta perspectiva da mucho que pensar sobre nuestro país y hacen replantear constantemente las decisiones que se toman. Porque hasta no hace poco se escuchaba el absurdo de que algunas personas pretendían reincidir en los comicios con aquellos gobiernos nefastos para la historia ciudadana. Tristes frases se hicieron célebres: “más vale malo conocido que bueno por conocer” o “por lo menos antes me podía comprar los electrodomésticos”; “que me importa eso de la industria nacional si acá tampoco nadie piensa en mí”; “total a mí no me puede volver a pasar”. Que triste es cuando no todos tiran para el mismo lado...
Sin embargo, no todas son pálidas. Una buena noticia entre tanta mala sangre, la aportan algunas asociaciones que pregonan la idea del RSE y que comenta que Argentina terminó el 2006 “con indicadores macroeconómicos positivos” donde el PBI se está recuperando, aunque persistan las situaciones de alerta en nuestra frágil economía. Esas instituciones al menos aportan ideas e ideales sobre lo que se puede hacer en un país aunque este venga del agobio de continuos fracasos y padecimientos.
La ciudadanía y el empresariado de una nación en vías de desarrollo que pretende resurgir de las cenizas, en primer lugar, no deben olvidarse del pasado para no cometer los mismos errores y, en segundo término, deben poner en claro qué esperan de su tierra y que están dispuestos a dar por ella y por la causa común. Y como diría el gaucho Martín Fierro “Pido a los Santos del Cielo / Que ayuden mi pensamiento; / Les pido en este momento/ Que voy a cantar mi historia / Me refresquen la memoria / Y aclaren mi entendimiento”.
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1 comentarios:
Tu visión de la década del 90 es por lo menos simplista. Cuando los servicios públicos eran "nuestros" daban pésimos servicios, no pagaban impuestos, generaban déficits monstruosos y fomentaban la incorporación de más y más empleados públicos sin capacidad, que eran desempleo encubierto.
El tipo de cambio fijo no era malo "per se", sino que implicaba una serie de reformas estructurales que se dejaron por la mitad.
Si criticás las tarjetas de crédito como documento de identidad, me pregunto qué opinás de las últimas Fiestas, en las que los shoppings extendieron sus horarios de atención y la gente se agolpaba en los negocios, igualito que en la década "nefasta".
Terminemos con la mala costumbre de condenar o endiosar. Los gobiernos tienen saldos positivos o negativos, pero no son blancos o negros.
Yo en el 2003 no voté a Menem, pero estoy harto de ver cómo se dicen cosas y se repiten sin estudiar los números de la economía de aquella época y de ésta. Se recitan lugares comunes sobre la "década nefasta", "el menemismo de los 90", "el sueño del 1 a 1" y otras tantas, sin estudiar e intentar un mínimo de objetividad.
Menem tuvo muchos errores y muchos aciertos, y de ahí cada uno saca su conclusión según qué temas priorice. Pero no se puede ver todo con tanto simplismo.
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